MASA
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
¿Usted. cree señor Vallejo que colocar una imbecilidad encima de otra es hacer poesía? Estas palabras constituyen una de las muchas críticas que el ahora llamado Poeta Universal recibió en vida, y le pertenecen nada más y nada menos que a Clemente Palma, personalidad de las letras peruanas en la época en que Cesar Vallejo era un oscuro poeta provinciano, de aspecto enfermizo y ceño fruncido,
l «Poema a mi amada»:
Amada, esta noche tú te has sacrificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.
No es de extrañar, pues, que el mismo Vallejo manifestara: Volveré al Perú sólo cuando quede piedra sobre piedra. Pese a ello, sus restos descansan en el cementerio de Montparnasse tal como lo dispuso su amada Georgette (la misma con quien mantuvo una tormentosa relación marital en los últimos cuatro años de su vida).
Sin embargo, la muerte nos regala milagros de vez en cuando; milagros como «Poemas humanos», «Trilce» o «España, aparta de mí este cáliz». Es que la escalada del «Cholo» por las escarpadas pendientes del dolor humano es una suerte de acrobacia suicida, de salto al abismo; y la ruptura formal acompaña el desgarro de un alma enferma de todo, del mundo y de sí misma.
A fines de 1923, el «cholo» viajó a Francia, donde llevó la difícil existencia del intelectual con los bolsillos vacíos. Para poder sobrevivir tuvo que dedicarse al periodismo y su producción poética se redujo sustancialmente.
Entonces, luego de algunas otras relaciones (entre ellas Henriette, una hermosa costurera con «lenguaje de cocotte»), apareció Georgette, quien vivía frente a la oscura pensión de Vallejo en la Rue Molière. Ernesto More, íntimo amigo del poeta en París, (…) el que vivió con él compartiendo mendrugos (…) fue testigo del luminoso amor del sudamericano pobre y la francesita venida a menos. Pero el romance no duró mucho luego del matrimonio (1934).
Comenzó a transformarse rápidamente frente a las penurias económicas, agravadas poco después al decaer la salud del poeta. Por aquella época, la mujer que compartió los últimos cuatro años de ese hombre enfermo y atormentado llegó a confiarle a More: Yo siempre estoy sola, con Vallejo o sin Vallejo.
Se diría que Vallejo vivió tan cerca a la muerte que ésta pasó a ser -quien sabe en medio de la resaca de alguna madrugada parisina, cuando el dolor se junta con las ganas de abandonarlo todo, hasta la vida- su confidente.
Tal vez fue ella quien le dictó este poema, inexplicablemente premonitorio:
Me moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París – y no me corro –
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Vallejo, tan humanamente cercano en su poesía y tan desaprensivo con los seres que lo amaron, murió el 15 de abril de 1938, en una lluviosa tarde parisina.
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