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Archive for 11 de May de 2010

El poder de la cultura

ENCEFALOSCOPIO –

Jerarquías entre iguales

Dobbs, David

Dejemos en una jaula a un par de ratas adultas del mismo sexo. Transcurridos escasos minutos, la mayor de las dos, aunque sólo sea un poco más grande, será la dominante.

Pero, ¿qué ocurre si se toman varias ratas recién destetadas, todas del mismo tamaño y de buenas familias, y las juntamos? Según un nuevo experimento, se instaura una jerarquía, si bien los elementos que la determinan siguen siendo un misterio. Estos factores —buenas noticias para los humanos en el extremo inferior de la escala social— pueden ser mudables.

Darlene Francis, de la Universidad de California en Berkeley, repartió en jaulas, de cuatro en cuatro, a 80 ratas recién destetadas. Las ratas de cada caja eran equivalentes en tamaño, actividad y ambiente vital previo. Para sorpresa de Francis, hubo que esperar semanas –hasta que las ratas rebasaron sobradamente la pubertad– para que se asentase una jerarquía social (que se manifiesta observando qué rata era la primera en mordisquear el alimento o beber agua, entre otras medidas).

Tal vez lo más sorprendente fuese que las jerarquías no estaban determinadas por las diferencias de peso, actividad o tamaño que se hubieran ido plasmando en los cuartetos en maduración… ni por ninguna otra causa que Francis pudiera identificar.

Este misterio resultaba fascinante. «El rango social es de suma importancia, porque lo mismo en las ratas que en las personas, el éxito en la vida depende más del puesto social que de cualquier otra diferencia individual mensurable. El trabajo realizado nos revela que el estatuto social se halla determinado por algo muy sutil.»

Francis, que estudia los efectos de las experiencias tempranas sobre el bie­nestar físico y la capacidad cognitiva de los animales, se proponía con este experimento observar las diferencias que pudieran surgir entre ratas de crianzas similares. Tuvo especial cuidado en equilibrar los cuartetos no sólo en tamaño, peso e índice de actividad, sino también, en la medida en que recibieron cuidado de sus madres.

Diez años de trabajos de Francis y de otros científicos han permitido observar que las ratas madre tienden a ser sumamente maternales y atentas a su prole o a serlo muy poco, como si unas tuvieran nota 8 y otras 2, por así decirlo; las ratas más cuidadas y atendidas tienden a moverse por la vida con mayor aplomo y competencia. Estos factores elevan su posición social, lo que a su vez genera mayor confianza en ellas mismas y eleva su rendimiento, creándose una realimentación feliz.

Las ratas mal cuidadas por sus madres, en cambio, tienden a mostrar inseguridad, lo que rebaja su rango social, y ello las torna más dubitativas todavía.

Ya sean ratas o personas, el rango social y la respuesta que ofrezca el individuo tienen consecuencias de largo alcance. Las ratas punteras del estudio de Francis, por ejemplo, dieron prueba de conducirse con mucha mayor eficacia en tests cognitivos, como el descubrimiento de amenazas ocultas, que las clasificadas en segundo, tercero o cuarto lugar. También actuaron con mayor confianza y sufrieron menor estrés (medido por concentraciones hormonales en sangre) al hallarse en ambientes desconocidos para ellas o enfrentarse a otras situaciones nuevas.

Las ratas de rangos inferiores resolvían más lentamente los problemas. E incluso en las jaulas que les servían de hogar –afirma Francis– «daban la impresión de animales puestos a prueba en un ambiente nuevo. Ni siquiera su casa les ofrecía seguridad». Un fenómeno tal vez desalentador, tras las primeras semanas de igualitarismo.

No obstante, Francis ve esbozarse en este estudio ciertos elementos de control mediante los cuales tales decrementos podrían invertirse. El lento desarrollo de la jerarquía social, sumado a la independencia del tamaño y del grado de actividad, le lleva a pensar que cualesquiera que hayan sido los factores que dictaron la escala social, hubieron de implicar bucles genético-ambientales sutiles y sumamente maleables: rasgos que emergen en reacción a la experiencia y contribuyen después a conformar la experiencia ulterior.

«Cualesquiera que sean estos factores determinantes», afirma Francis, «muestran una gran plasticidad. Si podemos hallar en qué reside tal plasticidad, podríamos ayudar a esos animales a mejorar su suerte, aun cuando se encuentren tocando fondo. Y si se piensa en personas, también en ese caso existen las mismas posibilidades. Si fuera posible identificar la causa motriz de los desplazamientos en las jerarquías sociales, y se descubriera la forma de retocarla, cabría reducir el enorme castigo que sufren las personas de baja posición social».

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